Editorial: La hora de enseñar posturas críticas sobre la inclusión financiera digital

Ignacio E. Carballo

Resumen


La transformación digital de las finanzas, y particularmente las empresas de tecnologías financieras (Fintech) han tomado un protagonismo absoluto en los debates recientes en torno al desarrollo económico e inclusivo. Si bien las Fintech no son nuevas (por ejemplo, Bloomberg fue creada en 1981 y Paypal a fines de la década de 1990), la cantidad de emprendimientos en este segmento aumentó exponencialmente luego de la crisis mundial del año 2008 tras el férreo replanteo hacia dentro de las instituciones tradicionales, y enfatizaron aún más su protagonismo tras la pandemia del Coronavirus.

A escala global, las Fintech tomaron un papel protagónico en la promoción de la inclusión financiera, muy apoyadas por estándares globales y organismos internacionales. Ya en 2010 el G20 elaboraba el documento “Principles for Innovative Financial Inclusion” y luego con el informe “G20 High Level Principles for Digital Financial Inclusion”, creado por el GPFI en 2016, se esgrimió el objetivo que Gobiernos impulsen la inclusión financiera a través de las tecnologías digitales con planes de acción[1]. Consecuentemente, cada vez más los gobiernos nacionales y las instituciones se comprometen a digitalizar sus entidades financieras y los grandes flujos de pagos en una férrea batalla contra el dinero efectivo[2].

En este fenómeno global de auge y asentamiento de la inclusión financiera de índole digital, los nuevos instrumentos de pagos digitales se esgrimieron prominentes al destacar sus bondades. Los pagos son el tejido conectivo de todo sistema financiero, enlazan a los compradores con los vendedores y permiten a los gobiernos realizar transacciones con sus ciudadanos. De hecho, los pagos son el componente básico de los demás servicios financieros (ahorro, crédito, inversiones, seguros). Paralelamente, en el afán de destacar las bondades de los pagos digitales, comúnmente se enfatiza su aporte hacia la inclusión financiera y su impacto en la pobreza.

Bajo esta retórica, los hogares de mayor poder adquisitivo viven una vida financiera incluidos en un sistema financiero que facilita su actividad económica al hacer que sea barato y sencillo para ellos enviar y recibir pagos. De igual modo, su dinero se encuentra salvaguardado en una cuenta bancaria virtual, donde puede ser transferido de manera sencilla mediante cualquier dispositivo con conexión a internet.

Por el contrario, los hogares excluidos de ese sistema financiero ahorran y transfieren valor a través de activos físicos, como dinero en efectivo o bienes. A la vez de incrementar la inseguridad propia y delictiva relacionada al uso del efectivo, la pobreza no se beneficia de las bondades de las finanzas para suavizar su consumo mediante el ahorro, aminorar el impacto de los avatares de la vida mediante los seguros, y por supuesto, de ver realizados sus proyectos económicos de vida mediante el crédito.

Según la literatura a favor del fenómeno, esta brecha financiera y digital que crea la carencia de instrumentos seguros de pago (relacionada consecuentemente al uso del efectivo) promueve diversos canales de desigualdad y exclusión social que se refuerzan mutuamente en la vida financiera de los hogares pobres. Un primer canal se vincula a que sea más costoso y arriesgado para los hogares pobres realizar actividades financieras básicas en efectivo[3]. El segundo canal refiera a que el uso del efectivo en las poblaciones más vulnerables no sólo hace más difícil administrar sus finanzas, sino también perpetúa la exclusión y la marginación de los pobres de la economía formal.

No obstante, no todas las posturas están a favor del fenómeno global de la inclusión financiera. Peor aún, muy pocas veces se comunica, enseña o incluso contemplan estas críticas al fenómeno. Por lo que, diversos autores han esgrimido consideraciones negativas a la inclusión financiera, principalmente alegando que brindar acceso a los servicios financieros no necesariamente genera los beneficios descriptos anteriormente, pero que sin duda beneficia a actores del sector privado (Fintech, bancos e instituciones financieras en general).

Por ejemplo, en su libro “Why Doesn't Microfinance Work? The Destructive Rise of Local Neoliberalism” de 2010, Milfrod Bateman esgrime una crítica hacia la falta de evidencia en el instrumento fundacional del fenómeno de la inclusión financiera, acusando que lejos de generar beneficios promueve la concentración de capital y la quita de valor en los sectores más vulnerables[4]. De manera similar, en su libro publicado en 2021 “Financial Inclusion: Critique and Alternatives”, Rajiv Prabhakar afirma que ha surgido una literatura muy crítica con la inclusión financiera y que la considera parte de la "financiarización de la vida cotidiana"[5].

Por ejemplo, Berry (2015) señala que los gobiernos suelen presentar la inclusión financiera como un programa abiertamente progresista, en el sentido de que pretende reducir las desigualdades a las que se enfrentan los grupos vulnerables, como las familias monoparentales o las personas con bajos ingresos, a la hora de participar en el sistema financiero. No obstante, “al aumentar la participación en el sistema financiero y someter a un mayor número de personas a los riesgos asociados a este, la inclusión financiera también sirve para avanzar en el proceso de financiarización de la pobreza".[6]

En su trabajo publicado en 2020: “Financial inclusion: a strong critique”, Peterson K. Ozili trata de resumir las principales críticas a la inclusión financiera. De acuerdo con el autor, los aspectos más criticados del fenómeno global de la inclusión financiera pueden resumirse en: a) la inclusión financiera sería una invitación a vivir de las finanzas y conduce a la financiarización de la pobreza; b) la alfabetización financiera no mejora la inclusión financiera de forma significativa; c) hay evidencia mixta de impacto (no siempre positiva) y algunos de los beneficios de la inclusión financiera desaparecen al cabo de unos años; d) la inclusión financiera ignora cómo afecta la pobreza a la toma de decisiones financieras; e) promueve el dinero digital, que es difícil de entender pero también concentra la el valor en pocos actores internacionales; f) algunos esfuerzos de inclusión financiera se parecen a una campaña contra tener dinero en efectivo.

Muy vinculado al último punto señalado, otro prolifero autor es Brett Scott, quien desde el año 2013 con su libro “The heretic's guide to global finance: hacking the future of money” viene estudiando los aspectos negativos de una economía sin efectivo. Consecuentemente, una economía en dónde prime la inclusión financiera digital. Más recientemente en 2022, el autor publicó “Cloudmoney: Cash, Cards, Crypto and the War for our Wallets” donde Scott toma una posición importante contra la narrativa de la "inclusión financiera", que dice que los usuarios de efectivo deben ser rescatados de su inercia y llevados a los sistemas digitales. De manera amplia, Brett Scott defiende al efectivo como una fuente necesaria de fricción que ralentiza la expansión implacable del capitalismo corporativo financiarizado y su impulso para convertir todas las relaciones sociales en una oportunidad para extraer rentas[7].

En esta línea, es cierto que conectar a los pobres con un sistema financiero digital no resolverá todas las barreras de costo para llegar con servicios financieros, servicios públicos o de cualquier otro tipo. Sin embargo, pareciera que eliminaría costos sustanciales del sistema, allanando el camino para esfuerzos comerciales más robustos a la hora de servir a los sectores más pobres. No obstante, sorprende el poco espacio relativo a la reflexión crítica del fenómeno que suele darse en espacios académicos y de aprendizaje.

Crear unas finanzas más inclusivas requiere de profesionales formados en diversos marcos teóricos con visión crítica para poder alertar los escenarios inciertos que la tecnología traerá en el futuro. Mientras más posturas se contemplen, mayor probabilidad de acierto tendrán las distintas economías a la hora de promover unas finanzas que efectivamente cumplan las promesas de crecimiento, inclusión e igualdad. Las esferas educativas deben por lo tanto proveer de dichas herramientas y espacios de reflexión en diversidad de marcos teóricos. Llegó la hora.

 


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Referencias


Véase:

GPFI (2010). Principles for Innovative Financial Inclusion

GPFI (2016). Global Standard-Setting Bodies and Financial Inclusion: The Evolving Landscape

A modo de ejemplo, la Alianza internacional ´Better Than Cash´ ya posee más de 50 miembros que se han comprometido con los principios de pago digital de BTCA https://www.betterthancash.org/

Véase:

Wright, Graham and Leonard Mutesasira (2001), “The Relative Risks of Informal Savings,” MicroSave Research Paper.

Gopinath, Shreyas, Justin Oliver, Supriyo Bhattacharya, R.R. Kulkarni (2010), “Putting Money in Motion: How Much Do Migrants Pay for Domestic Transfers?” IFMR and Reserve Bank of India College for Agricultural Banking Working Paper

Banartzi, Shlomo and Richard Thaler (2004), “Save more tomorrow: Using behavioral economics to increase employee saving.” Journal of Political Economy, vol. 112, no. 1, pt. 2.

Bateman, M. (2010). Why doesn't microfinance work? The destructive rise of local neoliberalism. Bloomsbury Publishing.

Prabhakar, R. (2021). Financial inclusion: critique and alternatives. Policy Press. ISBN 978-1447355939

Berry, C. (2015). Citizenship in a financialised society: financial inclusion and the state before and after the crash. Policy & Politics, 43(4), 509-525.

Scott, B. (2013). The heretic's guide to global finance: hacking the future of money (Vol. 8). London: Pluto Press.

Scott, B. (2022). Cloudmoney: Cash, cards, crypto, and the war for our wallets. HarperCollins.


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